19.8.11

Costumbres

Caminaba sigiloso por los pasillos de aquel monasterio antiguo y húmedo, el olor a musgo y lluvia lo invadía todo, mientras el sonido de los pasos del cura se diluían en eco entre las paredes del claustro.
Su vieja y huesuda mano pasó lentamente por cada una de las cuentas de su rosario de madera bendita antes de abrir la pesada puerta de hierro forjado. Junto con un chirrido penetrante, se adentró en en púlpito remarcando sus cansados pasos, se detuvo y se persignó.
Ya no creía realmente en nada de aquellos rituales y oraciones, pero la costumbre era más fuerte. Se acercó al sombrío confesionario a esperar a los fieles y cerró los ojos.
-Perdóneme padre, que he pecado- dijo una voz suave al otro lado de la rejilla del cubículo de madera y tela apolillada.
- ¿Qué hiciste hija mía? -repitió mecánicamente el cura.
La chica se quedó callada un momento y luego comenzó a sollozar reprimidamente, el cura se lamentó por haber despertado ese día y pensó que estaba ya demasiado anciano para eso, se tocó las cienes y se dispuso a escuchar.

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti Amen.

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